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Camino perdido
Relato publicado en la antología de varios autores (Per)Versiones: Misterios sin resolver (2013, Sedice). Basado en la figura legendaria del conde de Saint Germain.

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Princenton, 1962 d. C.

En medio de una mañana ventosa, el joven se sentó en una banca, mirando las hojas bailar con el aire, mientras en su cabeza rebullían ideas extraordinarias. El entorno universitario, tan ajeno a su último viaje por tierras extrañas, calmaba su espíritu, pero a la vez, favorecía su febril actividad mental, por la cual recaía en las mismas preguntas angustiantes y en los mismos terrenos sin respuesta.

Otro joven se sentó a su lado, mirándolo emocionado. Iban ambos vestidos de manera elegante, símbolo de su procedencia de alta clase social y fina educación.

—¿Qué te pareció, Francis?— preguntó el recién llegado. Apenas superaba los veinte y su sonrisa era limpia— ¿No es más certero que tus sabios extranjeros?

El joven sentado en la banca lo miró con sus enormes ojos azules cargados de misterios y sonrió a medias. Su piel lozana, sus maneras ágiles, su paso elástico no parecían coincidir con su mirada profunda, que muchas veces parecía tan antigua como el tiempo.

—“Mis” sabios extranjeros son certeros en cuanto al pensamiento, Jason— aclaró con voz serena—. El problema era encontrar un método que hiciera reales sus teorías. El profesor Wheeler me ha impresionado— añadió en otro tono, entornando los ojos mientras miraba pensativo su entorno—. Sus teorías sobre los agujeros de gusano podrían llevarme por el camino que tanto anhelo hallar…

—¿Seguirás estudios de física bajo su tutela?— preguntó Jason aún más emocionado— Con tus conocimientos y lo inteligente que eres, ¿imaginas cuánto podrías saber a su lado?

—Sí— murmuró Francis, ajeno quizá a los planes prosaicos de su amigo—. Pero es teoría… ¿Habrá sido un agujero de gusano lo que se interpuso en nuestro camino? ¿Y cómo podría hallar otro… o inducirlo?

Jason parpadeó asombrado, como siempre que Francis se perdía por extraños terrenos de pensamiento.

—¿De qué hablas? ¿Inducir agujeros? ¡Hablamos de física teórica!
Francis se volvió hacia a él sobresaltado, como si hubiera olvidado su presencia, pero luego sonrió animoso.

—Por supuesto que son teorías— convino con acento tranquilo—. Sí, me inscribiré en los cursos de física y estudiaré más de cerca estas interesantísimas elucubraciones. ¿Qué te parece, entretanto, si vamos a la cafetería de Rick? Estoy seguro de que encontraremos a Peggy y a las otras allí.

Jason se animó ante aquella mención y de un salto estuvo de pie. Francis lo siguió con una sonrisa indulgente, mientras pensaba en aquellas poderosas teorías que acababa de escuchar del insigne físico y del tiempo que aún tendría que transcurrir antes de que alguien las convirtiera en realidad. Porque quizá, así, hallaría de nuevo el camino.

*****

Shanghai, 2094 d. C.

La noche había caído sobre la ciudad. Rodeado de la segura comodidad de su vehículo liviano, que viajaba veloz sobre los carriles magnéticos en medio del silencio, Zhou Liang se frotaba las manos y sentía un escalofrío recorrer su espalda, como siempre que anticipaba encontrarse con ella. No era un niño ni sentía como uno. Hacía mucho tiempo que había abandonado toda idea del amor, pues su pasión estaba en la ciencia y sus deseos primitivos solían satisfacerse con una sola noche de cama, pero cuando la conoció, su percepción de la vida cambió de manera violenta. Ahora se sentía nervioso y emocionado a la vez, admirado por su vasta sabiduría y excitado por su belleza. Y sobretodo, intrigado por su misterio. ¿Para qué lo habría llamado aquella noche? No podía suponer ninguna razón aceptable y ahora que su vehículo se detenía frente al edificio en forma de aguja que albergaba su piso, sintió que su corazón bombeaba con más fuerza y a mayor velocidad.

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