Mala copia
Cuento publicado en el no. 167
de la Revista Axxón y en la colección Por siempre otro y otros relatos
(2007, Leer-E).
Existían al menos tres razones por las que Rodrigo Guillén Sirión se
sentía tan satisfecho aquel lunes por la noche. La primera tenía que ver con su trabajo.
¡Al fin podría poner a prueba sus ideas en un experimento controlado totalmente por él
y con el apoyo financiero adecuado! La segunda razón se relacionaba con su viejo amigo
Arturo Noguera, ya que lograría ganarle una apuesta lanzada tiempo atrás en buena lid. Y
la tercera razón tenía que ver directamente con su esposa: ¡podría ignorar que
existía al menos por un par de meses sin que tal hecho le representara inconveniente
alguno!
Era una noche apacible, sin lluvia y sin viento, fresca sin aturdir de frío
y hermosa para ojos sensibles a la belleza de un cielo estrellado. El enorme complejo de
edificios en los que se ubicaba la oficina de Rodrigo Guillén ocupaba un ancho valle
rodeado de colinas bajas, apenas iluminado por luces discretas y expuesto desde cualquier
ángulo a la vista del firmamento nocturno. Sin embargo, aquella noche como otras tantas,
Rodrigo no tendría ojos para tal despliegue de luz estelar. Su corazón estaba muy lejos,
en la Luna, y su cabeza muy cerca, en su pantalla de computador.
La oficina de Rodrigo era un pequeño óvalo de paredes blancas, donde
destacaba un enorme y vetusto escritorio de madera plástica que parecía estorbar el paso
de todo aquel que quisiera moverse por la habitación. Detrás del escritorio apenas se
asomaba una silla simple, sin brazos, de respaldar bajo, y un gran ventanal de cristal
oscurecido, desde el cual era posible avistar el complejo de edificaciones grises en que
se encontraba ubicada la oficina. El resto de la habitación estaba ocupada por tres
estanteros repletos de libros electrónicos, documentos varios y algunos artefactos viejos
de antiguos experimentos fallidos, un archivero moderno con entradas electrónicas, una
mesa de muestra, donde Rodrigo colocaba sus prototipos, y un par de butacas viejas. El
desorden imperante era sólo aparente. En realidad, Rodrigo era un hombre metódico y
limpio, pero nunca había tenido dinero suficiente para disponer de un laboratorio y una
oficina independientes entre sí, por lo que todos sus trabajos tenían que ser realizados
allí mismo.
En aquel momento, Rodrigo miraba la pantalla cristalina de su computador
personal, que emergía directamente del sobre de su escritorio, donde permanecía bien
encajado el propio computador, y revisaba los últimos mensajes recibidos hacía unos 10
minutos. Uno era del Departamento de Autorizaciones del Centro de Investigación Clonar de
Nueva York, en que lo autorizaba a hacer la prueba inicial con su clon de creación más
reciente, debidamente identificado con un número de serie y un símbolo particular
escogido por el Centro. Por otro lado, el segundo de aquellos mensajes cruciales era del
propio Jefe Supervisor del Instituto de Investigaciones Espaciales de la Luna, mediante el
cual le proporcionaba la licencia para que viajase al satélite de inmediato y se
incorporase al personal de experimentadores calificados. Rodrigo sonreía, muy, muy
satisfecho, y se relamía pensando en los dos meses que le aguardaban en tierras
selenitas. ¡Investigación espacial de primer orden!
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