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Misión inconclusa
Cuento publicado en la antología de ciencia ficción, fantasía y terror ¡Jodido lunes! (2008, Lulu & Bubok).

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—¡Gaby!— exclamó de pronto su jefa, Marina Buñuel, con una sonrisa política y gestos exultantes— ¡Qué bueno que llegaste! ¡Necesitamos todas las opiniones!

Gabriela parpadeó confusa, pero sonrió en forma mecánica. Mientras ella era pequeña, delgada, suave, Buñuel era grande, tenía una voz estentórea y resultaba siempre abrumadora. La joven temía que algún día pudiera devorarla.

—Hola, doña Marina— saludó sonriendo débilmente—. Siento llegar tarde, pero…

—No importa, no importa. Al salón de conferencias. Tengo a los otros allí y estamos a punto de evaluar el nuevo plan de emergencia para Arriaga. ¡No te imaginas en los aprietos en que me ha metido ese hombre irrazonable! ¡Vamos, vamos!

Gabriela no pudo siquiera balbucear una excusa. Habría preferido ir antes a su oficina, reunir cualquier información pertinente a la cuenta Arriaga y luego presentarse con ideas en la cabeza, pero Buñuel no tenía tiempo para tanto protocolo. Empujándola apurada, la llevó hasta el salón de conferencias, donde varios otros de sus colegas se habían reunido, y nomás atravesando el umbral, la joven se encontró de frente con la figura agrandada de un ser maravilloso que la hizo encogerse sobre sí misma.

—¡Gaby!— exclamaron algunas voces familiares— ¡Qué bien!

—Mira, ¿qué te parece? ¡Lo ha ingeniado Gustavo!

—¡Es fabuloso! ¿No crees?

Gabriela asintió insegura. Se sentó distraídamente en una silla desocupada y colocó su maletín al lado. La habitación, aunque solía ser luminosa, por el enorme ventanal que la flanqueaba, había sido oscurecida con los cortinajes, para que todos pudiesen admirar la proyección que realizaba Gustavo, uno de los ejecutivos jóvenes de la compañía. Vistiendo las joyas espléndidas de la marca Arriaga, una bellísima mujer joven, de cabellos dorados y ojos azules como zafiros, montaba sobre una especie de corcel alado, en un entorno fantástico, casi espectral, vistiendo galas guerreras de antiguos héroes nórdicos o teutones. No era la fotografía de una mujer real, antes bien parecía el diseño digital de algún maestro del dibujo mediante computador, el cual había creado un ser mítico. Sin embargo, no tuvo tiempo de juzgarla. Unos segundos más tarde, fue sustituida por otra imagen, esta vez de otra mujer, negra como el ébano, hermosa y vibrante, portando las mismas joyas Arriaga y vistiendo los trajes sensuales de las culturas del África de los reinos del pasado. La siguiente proyección fue de una seductora princesa india. La cuarta, una geisha fabulosa. La quinta, una sensual reina de los aztecas. Todas, símbolos de culturas y religiones antiguas y poderosas, todas resaltadas por las joyas “atemporales” de Mauricio Arriaga.

—No importa a cuál raza pertenezcas, de cuál cultura provengas— decía Gustavo en tono intencionado—. Si eres mujer, serás una reina con las joyas de Arriaga.

—¡Genial!— exclamó Marina Buñuel aplaudiendo— ¡Yo soy la princesa azteca!

—Doña Marina, ¿cómo cree usted?— le preguntó entonces Lucía, una de las ejecutivas mayores, que miraba todo con supino desprecio— Con su estatura y su fachada tendría que ser como la guerrera vikinga.

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