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Sueño profundo (II parte)
Relato finalista en el XXI Certamen Alberto Magno de Ciencia Ficción 2009 (UPV, España), y publicado en NGC 3660 (abril, 2010).

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—Me dijiste que el más avanzado era Ignus Sextus, ¿no?— añadió, dirigiéndose a Noé, quien tomado por sorpresa, se sobresaltó.

—Sí, Sasha, fue el Sextus. Pero se evaporó junto con los demás. ¿Para qué quieres saber todo eso? ¿Lograste establecer algún contacto mínimo?

Sasha asintió y dando media vuelta, entró de nuevo a la recámara.

—Vete, Noé— le dijo antes de cerrar la puerta—. Hoy no tendré lo que buscas.

Roberts sonrió, casi divertido, mientras Noé torcía el gesto.

—Al menos está trabajando— dijo de pronto—. Tal vez haya recobrado algunas de sus antiguas habilidades después de todo. Avísame cuando tengas noticias.

Sin esperar la respuesta de Roberts, dio media vuelta y abandonó la oficina, con la expresión del gran funcionario siempre agobiado por las preocupaciones.

El viejo doctor, por su parte, no le prestó más atención. Miraba la puerta de la recámara con un nuevo interés, como si las preguntas de la mujer lo hubieran sorprendido.

IX

Al principio, Sasha no supo precisar si era un recuerdo o si solo se trataba de la proyección de un deseo. Emanuel se encontraba en el dormitorio de una casa, rodeada de árboles, en cuyo centro descansaba una cuna y de la que había levantado un bebé. Poco a poco, conforme la imagen se asentaba, la habitación cobró más color y los detalles fueron más precisos. Entonces, Sasha supuso que sus propios sentimientos debían de estar traicionándola, pues la cuna no era tal, sino una caja de instrumentos y lo que había sacado de allí era un aparato pequeño, con unas luces y una pantalla, nada que le fuera familiar. Los árboles habían desaparecido. Tan solo eran las sombras de las rocas del exterior, un paisaje por completo alienígena. De seguro era un recuerdo, de algún momento en la vida diaria de la Base Aventura.

Emanuel estaba muy contrariado. El aparato no funcionaba. Uno de sus robots estaba frente a él, uno de sus Ignus… ¿Primus acaso? Sí, era Primus.

La furia dominaba el rostro del científico, quien comenzó a gritar. Reclamaba cada procedimiento realizado, cada paso que se había dado. Nada estaba bien. Y la culpa parecía ser del propio Primus, quien, estoico, recibía la reprimenda sin acusarla.

Emanuel estrelló entonces el aparato sobre el propio robot, que cayó bajo su peso como si una roca masiva hubiera querido aplastarlo. De pronto, los ojos enfurecidos del hombre se habían vuelto hacia el frente, como si fuera consciente de que ella estaba allí y lo estaba contemplando.

—¡No fue mi culpa, Sasha!— gritó todavía fuera de sí— Yo no traje la radiación. ¡Yo estaba limpio! ¡Limpio! No fue mi culpa.

Lloraba. La imagen se desdibujaba, mientras el robot se estremecía debajo del aparato chispeante. Sasha sintió pena por él. Tendría que ser reparado de nuevo.

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Copyright Laura Quijano