Tu madre ha muerto
Cuento de ciencia ficción, que obtuvo el 2do. lugar en el concurso Amores
Extraños del portal Sedice.com (2007).
Cuando mi madre falleció, yo realizaba un extenso y emocionante reportaje
sobre las nuevas construcciones en la superficie de Marte, el primero realmente importante
que se me asignaba y por el que había luchado gran parte de mi carrera. Recuerdo que
recibí la nota muy escueta de parte de uno de sus colegas, el doctor Robedán: Tu
madre ha muerto. Me sentí irritado. Aunque no aclaraba la razón, supuse que la
causa estaría en los insensatos experimentos del maldito laboratorio al que había
dedicado su existencia. Nos hemos hecho cargo del funeral, añadía. Les
envié un correo tan escueto como su nota: Gracias. Iré en cuanto pueda, y me
desentendí del asunto.
Terminé mi reportaje dos semanas después, y aún me quedé una semana más
para afinar detalles de producción. Arribé a la Tierra apenas consciente de mi entorno,
entregué mi trabajo (que fue aprobado de inmediato) y esa noche me refugié en un bar
bullicioso, repleto de personas deseosas de olvidar penas y obligaciones y jugar con el
arte de la seducción mientras se sumergían en alcohol o alguna droga de moda.
No me había dado cuenta entonces de lo culpable que me sentía hasta que la
vi. Sólo llevaba un par de cervezas, así que no me sentía ni medianamente alcoholizado,
pero al verla me deshice de amargura. Joven, hermosa. Largos cabellos castaños, ojos
grandes de mirada penetrante. Rasgos finos, silueta perfecta. Y una sonrisa
Me miras como si me conocieras me dijo.
Me sorprendió. En un momento estaba en el bar, al siguiente frente a mí. Se
llamaba Carla del Valle y tenía una voz deliciosa, que me hacía estremecer cuando la
escuchaba.
No te ofendas le dije sin ganas, sintiéndome aún
culpable, pero te me pareces mucho a mi madre, tanto, que casi juraría que eres
ella.
¿Te sientes triste? me preguntó entonces con una expresión
comprensiva Vamos, por un trago que te tomes conmigo no te irá peor.
No sé cómo lo hizo o por qué lo hice yo. Tal vez intentaba alcanzar a mi
madre después de tantos años de ignorarla, o tal vez porque Carla misma me atraía
poderosamente. Lo cierto es que esa noche me dejé envolver por su encanto. Cuando volví
a considerarlo, me había involucrado en una febril y pasional relación que se prolongó
más de lo que habría imaginado. Me desesperaba que se pareciera tanto a mi madre
(¡hasta olía como ella!), a la vez me sentía morbosamente cómodo entre sus brazos. Y
en el fondo de mi conciencia, un demonio me recordaba que no había ido al laboratorio a
recoger siquiera sus cosas o preguntar por qué había partido
Intentando desterrar la idea de que estaba con mi madre, indagué en la vida
de mi nueva amante. Era demoledoramente normal. Fui adoptada al nacer por una pareja
que me amó como a una hija, me dijo tranquilamente. Murieron ambos hace años
en un accidente y desde entonces vivo sola. Era dependienta en una tienda, pero
estudiaba ciencia en la universidad. Seré investigadora física, me dijo con
orgullo, con una determinación muy propia de mi madre. E igual que ésta, científica.
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