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¿Tú también, hijo mío?
Relato publicado en la antología de varios autores (Per)Versiones: Historia (2010, Sedice). Basado en el asesinato de Cayo Julio César.

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—He visto tu futuro, gran César— dijo con la voz firme, acudiendo a sus dotes de mentirosa tan largamente cultivados—, y he visto la muerte en él.

—Es evidente— contestó César sin dejar de sonreír—. Ya no soy joven y me preparo para una nueva campaña, pero no me dices nada nuevo.

—No es la muerte que hallarías en el lecho de la ancianidad ni en el fragor de la batalla, gran César, sino aquella que te aguarda por la acción traicionera del falso amigo…

Ahora debía ir con cuidado. Una palabra en falso y él mismo la mataría.

—No me digas— se burló en cambio el dictador—. El falso amigo…

La vieja adivina sintió un escalofrío recorrer su espalda. En los ojos de César no se advertía ni el temor ni la aprehensión.

—Has proyectado un viaje— dijo ella, intentando captar su atención, temblando al pensar que su propia muerte podría estar próxima—, lejos de aquí, donde Antonio te aguarda con tus legionarios, tus leales. Sin embargo, dicho viaje está cubierto de oscuras sombras, gran César, retorcidas señales de una muerte ignominiosa y traicionera.

—Entiendo— contestó César, sin aparentar la menor inquietud—. ¿Cuál ha de ser mi camino, mi buena sibila? ¿Acudir al Senado mañana, tal como se había fijado? He recibido la convocatoria de los senadores y he prometido acudir sin falta, pero son otros mis designios, tal como acabas de apuntar. ¿Me aguarda la muerte en el camino hacia el campamento o será acaso que Marco empuñará la daga asesina en mi contra? ¿Por tal motivo he de acudir al Senado al encuentro de los ilustres senadores que han de entregarme algún documento de la mayor importancia?

La anciana temblaba de miedo. ¡César sabía! Con toda claridad, había recibido alguna advertencia, alguna alarma, y no se presentaría, con lo que los planes de los conspiradores se venían al suelo. ¿Cómo atacar a César en el centro de su poder, rodeado de sus legionarios? ¿Cómo convencer al pueblo romano de que no se trataba de un asesinato sino de la ejecución de un tirano?

—Callas, mi buena sibila, y con ello confirmas mis palabras— continuó el gran hombre, poniéndose en pie con la parsimonia de quien controla la situación y no teme—. Sí, ya he recibido advertencias de quienes me quieren bien. No creo que me aguarde la muerte en el campamento, ni siquiera en Partia, hacia donde me dirigiré en prontas fechas. Acudí a tu cita por curiosidad, por saber si me esperaba un destino diferente. Veo que no. Que los dioses guíen tus pasos, mujer. Buenas noches.

César dio media vuelta y se alejó de la anciana en dirección contraria. Ella temblaba, entristecida por el fallo, temerosa por la reacción de los conspiradores. Su vida era una suma de amargos fracasos y ya ni siquiera tenía la fuerza para fingir la clarividencia. ¿Por qué no le habría sido concedido el don de ver? ¿Por qué los dioses le habrían negado aquella maravilla, si su propia hermana había conseguido el sitial del Oráculo? ¡Ver! Sin tan sólo hubiera podido ver

De pronto, cuando los pasos de César casi se perdían, la mujer sintió una corriente nueva, un calor en sus hombros, en su espalda, y un frío en el corazón. Lo vio, sí, pero diferente, como si pudiera sentir la Mano poderosa del Destino empujando a los débiles y a los fuertes según sus propios Designios.

—No has comprendido mis palabras, gran César— dijo de pronto, sin saber lo que hacía, movida por una fuerza interior desconocida para ella, con la voz clara y fuerte como jamás la había tenido en su vida—. La muerte ensombrece tu futuro, pero de muy distintas maneras.

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