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Mala copia
Cuento publicado en el no. 167 de la Revista Axxón y en la colección Por siempre otro y otros relatos (2007, Leer-E).

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En el centro de la habitación, alguien carraspeó delicadamente. Rodrigo, sin mirarlo, asintió impaciente y le hizo ademán de que aguardara. Quería estar seguro de que no hubiera perdido ningún otro mensaje importante. Era vital que todo resultase de acuerdo a sus previsiones.

—Bien— dijo de pronto, levantándose de un salto lleno de energía—. ¡Todo listo! Rodriguito, Rodriguito, este será el hito de tu carrera.

Rodrigo asintió aprobador al examinar su vestimenta y se le acercó para arreglar la solapa de su gabacha y sacudir algún polvo que pudiera haberse atrevido a ultrajar la inmaculada apariencia de la prenda. Si algún observador casual hubiese visto en aquel momento a aquellos dos hombres uno frente al otro habría reaccionado con sorpresa, pues era como si Rodrigo se hubiese estado mirando en un espejo, con la diferencia de que la expresión de su “reflejo” era de completa calma, mientras que la propia era de alegría salvaje. Un investigador del Centro de Investigación Clonar de Nueva York le habría dicho, sin embargo, que el clon era, a primera vista, perfecto.

Era un clon magnífico, en verdad. Rodrigo no había seguido enteramente las indicaciones del Centro Clonar, con la idea de ser atrevido y novedoso. Había jugado peligrosamente y había ganado. Su clon era lo que el Centro Clonar llamaba “un clon de clase 1”, es decir, un clon perfecto, aunque sin duda no habrían aprobado su plan inicial por heterodoxo.

Aún con la ancha sonrisa pintada en los labios, fijó su mirada en la persona que con paciencia lo esperaba en medio de la habitación, sin que pareciera sorprenderse de su docilidad. Se trataba un hombre de mediano tamaño, gordezuelo, de piel blanca salpicada de pecas ocasionales, cabellos castaños que empezaban a escasear en las sienes y en la coronilla, una dentadura perfecta, una nariz sin personalidad, completamente corriente, y unos ojos negros, pequeños y brillantes, que lo miraban serenos. Iba vestido con una gabacha blanca, formal, unos pantalones oscuros de limpio aspecto, una camisa también blanca, de manga larga, y un par de zapatos negros, brillantes. Exactamente igual que Rodrigo, pieza por pieza.

—¿Cómo te llamas, amigo?— le preguntó entonces Rodrigo en tono alegre.

—Rodrigo Guillén Sirión, naturalmente— le contestó el clon, con la misma voz, las mismas inflexiones que el original—, pero eso usted lo sabe.

—Sí— dijo Rodrigo sin inmutarse—. Sólo quería constatar que recordaras lo que grabé en tu cerebro. ¿Cómo se llama tu esposa?

—Marta González Merlino.

—¿Tienes hijos?

—Sí, tengo dos hijos.

—¿Cómo se llaman?

—El mayor se llama Luis y el menor se llama Javier.

—¿Cuántos años tienen?

—Luis tiene 15 años y Javier 12.

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Copyright Laura Quijano