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Misión inconclusa
Cuento publicado en la antología de ciencia ficción, fantasía y terror ¡Jodido lunes! (2008, Lulu & Bubok).

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La mujer siguió hablando. Gabriela escribía las notas pertinentes, pensaba en las joyas, en la presentación frente a Arriaga, magnate poderoso a quien no conocía. Y luego miraba las proyecciones. Princesas todas, de diferentes razas, culturas y vestimentas, hermosas como ninguna, pero artificiales, pues ninguna mujer podía ser tan perfecta… Y de pronto, la valkiria se presentaba otra vez. Gabriela parpadeaba, como si la conociera. ¿Era acaso la Brunilda de Wagner, aquella bella guerrera divina, hija favorita de su padre, enamorada de Sigfrido hasta la locura y quien luego se perdería por su causa? ¡Qué tontería!

Gabriela sacudió la cabeza varias veces durante la presentación, intentando mantener la concentración y no perder detalle. Aquel estúpido sueño la estaba perjudicando, justo ahora, cuando necesitaba descollar, hacer carrera. ¿Cuándo tendría de nuevo aquella oportunidad? Debía olvidar sus inquietudes y aprovechar la coyuntura que se le presentaba.

Al concluir la presentación, se levantó de un salto y caminó hacia su oficina sin mirar a nadie. Podía sentir los ojos fijos y acerados de Lucía en su nuca, pero no quería enfrentarla. Era una formidable publicista, famosa por grandes campañas, brillante como ninguna. Y por alguna razón, no la veía con buenos ojos.

¿Sería envidia? Gabriela sonrió ante el pensamiento. ¿Cómo podría envidiarla una ejecutiva tan exitosa si ella ni siquiera había logrado encabezar aún proyecto alguno?

Al entrar al despacho, se sintió mejor. Era pequeño, tenía dos pizarras, una mesa adicional y un escritorio modesto, pero era su refugio. Encendió el computador, se dejó caer en el sillón giratorio y lo primero que encontró fue una pila de revistas de negocios y de placer que había traído días atrás para estudiar campañas pasadas. En una de ellas aparecía la foto de un hombre de avanzada edad, grande, corpulento, dueño de un ostentoso bigote y una barba magnífica, que miraba con seriedad solemne al frente. Mauricio Arriaga, el magnate de las joyas de las princesas.

Gabriela lo contempló por un instante. Había leído el artículo que versaba sobre él. Había sido un luchador incansable por décadas, había forjado un imperio con base en su talento y su disciplina, y era en aquellos días un portentoso hombre de negocios y a la vez, un benefactor generoso, que invertía en la salud de sus congéneres y en la educación de miles de niños.

—Quiero proporcionarles a los más jóvenes herramientas y oportunidades que habría agradecido cuando yo me hallaba en su lugar— había declarado al respecto— Y en cuanto a los mayores, deseo brindarles la oportunidad de una vejez digna y una muerte pacífica cuando llegue el momento.

Gabriela sonrió. Tenía el rostro de un hombre violento, pero sus acciones eran generosas en muchos sentidos. ¿Una contradicción? ¿Quién podía decirlo?

Dejando a un lado las revistas, comenzó a trabajar. Así vencería sus deseos de dormir y alejaría tantas sensaciones absurdas que la acometían últimamente.

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Copyright Laura Quijano